Bauhaus 1. Eva Hesse corriendo por Kettwig, Alemania
Parte 1. Los multiapasionados. Bauhaus y Eva Hesse, nuestra era cyberpunk, y escribiendo mi novela en el estudio de música.
¿Dónde he leído que cuando Eva Hesse se agobiaba después de horas de trabajo absurdo realizado a partir de materiales absurdos como tubos, ganchos, cuerdas, desechos de materiales de una fábrica y paneles de yeso y madera… dónde he oído que cuando se cansaba la veían corriendo por Kettwig, Alemania?
No salía a correr, no era una “runner”, no es la época. Las mujeres llevaban el pelo cardado, faldas de tubo, muy Chanel, ejecutivas chic, esposas de artistas de renombre, tenían su estatus de artistas e intelectuales, el músculo lo trabajaban en el taller pegando martillazos, como Camille Claudel. Ignoro si huía del estudio porque le dolía la cabeza a causa de los vapores de las resinas, o las piernas, si eran síntomas de su enfermedad, si era ansiedad por volver a su país del que tuvo que huir ante la llegada al poder de los nazis. La imagen de los testigos, compañeros artistas, que la veían correteando por ahí, me devuelve a la época de la facultad. Cuando el óleo te aturde tanto que acabas haciendo el pino en las paredes del edificio, retozas por los jardines, o pegas un grito. Una de las artistas más influyentes en la actualidad, y estamos terminando el 2023.
Escribo siempre sobre Eva Hesse porque parece una de nosotros. El trabajo diario en el taller, la inspiración a partir de una ventana, los cuadrados tan Bauhaus, la importancia del dibujo, y de anotarlo en un diario, y hacer la lista de la compra con dibujos y reflexionar con cada detalle que te ofrece tu entorno, la herencia artística. Las ventanas son Bauhaus, son su profesor Joseph Albers, y la arquitectura de Mies van der Rohe, absolutamente actual. Coger esas informaciones (notas en la agenda, to-do-list, lista de la compra, lista de libros leídos y recomendaciones). Y luego salir de estampida por las calles para calmar la cabeza, las piernas y los ojos.
Desde mi época cyberpunk, en el proceso de una revolución industrial, marisabidilla yo, digo que las ventanas tienen sus raíces en el espacio dentro del cuarto de las meninas de Velázquez. La neurosis impide que seamos históricos, nos centramos en la herida, los cuadrados de la ventana, cuadrados a mano alzada, pues la belleza reside ahí, en tu mano cada día, ese pulso que hace los cuadrados imperfectos, metamorfoseándose en rectángulos, rombos, y luego triángulos, flechas, que son eróticas, y todo arte es erótico.
En la era cyberpunk digo que probablemente le dolían las piernas por los primeros síntomas del tumor cerebral, y dibujo en mi cuaderno rectángulos, los rayo con tinta china y escribo “tumor cerebral”. La propia palabra es gris plateada y rosa palo, como este portátil. Y sigo pintando encima con témpera blanca, escribo a lápiz sobre la mancha de pintura ya seca, al día siguiente, sigo desarrollando esas ideas, si es que pueden denominarse “Ideas”. Comencé esto en la facultad, no escribí ninguna tesis, sólo trabajos de cien páginas. Veinte años después vuelvo, siempre se vuelve.
Escribo en mi portátil plateado sobre las piernas enfundadas en pantalones de cuero negro sentada en mala postura en un taburete alto, en un estudio de grabación, acompañando a mi amigo. Escribo de extranjis relatos eróticos, toda maquillada y con un abrigo de zorro falso. (Nota de diario: matanza de mapaches en Madrid, podrían hacer gorros para el invierno. La provocación es importante, cuando estás enfadada con tanto remilgo.)
En el estudio, mientras mi amigo ensaya con la banda, oigo la música y golpeo las teclas rítmicamente, haciendo equilibrios para no perder el hilo. Espero que te sirva de algo. Luego saldré a correr, o mejor, haré gimnasia para fortalecer la espalda. Nos lo recomendó una pintora en la facultad de bellas artes: “tenéis que hacer gimnasia, se pasan tantas horas de pie que os vais a lesionar la espalda.”
Escribo sobre Eva Hesse y la Bauhaus y la exposición de una artista alemana que he visto en el palacio de Velázquez en el Retiro. En Madrid. Ulla von Brandenburg.
También escribo mi novela erótica. Los textos se mezclan y no debería. Pero en mi agenda lo anoto todo, el diario de un escritor.
Mensaje a mi amante:
"Comerás de mi mano los relatos del vampiro psicosomático"
¡Qué desastre de vida! Friego los platos en un cubo dentro de la bañera. Me duele la espalda. En mi agenda la letra es inestable, las “J” tienen el rabo tembloroso, parece evaporarse hacia abajo, no es rotundo, indica miedo. Como haber sufrido una guerra, un maltrato, una enfermedad. “Tumor cerebral”, sigo escribiendo encima de la pintura blanca. La escritora fantasma que aparece en el escenario descolgándose de una gárgola. El cañón de luz me apunta. Mi amante (el portátil pierde el equilibrio y se desliza por las rodillas), mi amante era un cañón, decía, arrasaba con todo, como los cigarrillos que arrojaba al césped, iba sembrando hogueritas. El fuego lo volverá fértil, salimos a fumar, vemos las hogueras, volvemos dentro. Día tras día tras día en el estudio.
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