Un día, un verano inconsciente
(Comida de artistas, Berlín, y anorexia y actos fallidos)
Pedimos medio menú. Pollo en pepitoria, que es un vulgar muslo de pollo asado con salsa descuidada espolvoreada con perejil. Pan de chapata crujiente en una cesta sucia, cojo tres pedazos y un vaso grande de cerveza. Los contornos se vuelven dorados. la cinta morada de la carretera, su perfil a contraluz, la luz de pasado el mediodía, atardecer, Nachmittag… muy pasada la hora de comer, pero los artistas no solemos hacer tres comidas. El pollo asado son las proteínas. El resto es café, dos tazas altas. Y una lata de sardinas. Sopa. Pintar todo el rato, anotar las ideas en una libreta. ¡Dios mío! ¡Cómo hemos llegado a esta pobreza! Esto no es Montmartre hace cien años, ni la postguerra española, ni mi tía trabajando en Alemania de niñera, aprendiendo alemán a toda prisa. Y es lo que estamos haciendo. Anotamos poemas en alemán. Lo poco que aprendemos cada día. Por qué te tratas así, ahorro en medio menú para ir al dentista, quiero comer un pretzel en Berlín. Cuando me compre un ordenador… Filosofía barata, los coaches son tan estúpidos, qué bien nos animamos nosotros con un muslo de pollo. Por la tarde estudiamos a Nietzsche en la biblioteca, en la cafetería. Con una taza de café delante, y en el paladar, y con la espuma en los labios, los planes de vida son posibles, y las noches vuelven a ser eróticas. La poesía te concede estos dones. El escritor escribe. Miro el capuchón del bolígrafo, negro en la cúspide, como un cucurucho de herejes, empuño un arma y escribo negramente.
Cogí el móvil, le enchufé la batería, se resbaló y mi mano marcó una videollamada a la nena al resbalarse por la pantalla, como las hojas de un libro que cae al suelo, como las páginas revoloteando. Escena freudiana, parecida a un acto fallido. El inconsciente. Estaba ojeando nombres arriba y abajo, la nena incluida. Era muy probable que con el nerviosismo acabara llamándola. Con las manos sudorosas. Staccato. Le escribo un mensaje de disculpa “Uy, te he llamado por error” y “buenas noches, mi cielo”. Me echo a llorar, porque se lo digo de verdad, que la llamaría y le diría que la quiero mucho, mi cielo, y que se va a poner bien, que luche contra sus demonios, que coma, que se alimente bien, que descanse, que huya de los hijos de puta, y que sepa identificarlos. Y es lo que hago, llorar mucho, y rezar novenas. No llamo para no molestarla, como si lo que le pasara no fuera tan serio, como si no tuviera ella una familia propia que la estuviera cuidando ya. Aun así, dejo actos fallidos, y chapuzas… lo que puedo hacer, lo mínimo. Y luego vuelvo a mi sitio a escribir.