Nina
Las cabezas expresionistas y los herejes del Danubio y de cómo se cuenta la vida de los demás en capítulos sentados en sillas que son una performance en sí mismas.
En los pasillos blancos hay expuestas cabezas expresionistas. Quiero ir a Hungría. Miro estas cabezas atormentadas, mal estudiante de Bellas Artes, un pegote de barro resolviendo el volumen de la frente y la oreja. Me hace pensar en la Alemania nazi, en el populacho, en la quema de herejes… Absorta con el vasito de café, soplando y quemándome los labios, el capuccino noisette, de camino a mi puesto de trabajo. El lienzo enrollado metido a toda prisa en la taquilla. Sudorosa, me ahoga la excitación, sorbo el café. Quiero ir a Hungría. ¿Qué rictus marcaría la cara de los herejes ahogados en el Danubio?
Tengo ansiedad. Culpo a Drusilla, a este idiota. No se puede estudiar alemán y sentirse a salvo. Hay algo histórico que superar. Desde el sur, desde esta playa negra de Málaga, las palmeras despeluchadas, desde el museo lleno de picassos, el alemán retumba a cañonazos. Es aberrante, y anacrónico como todos los museos. No te flipes, chica, aunque sea tu propia historia.
Sentada en mi silla, toda peripuesta, recuperada del sofoco de la introducción del cuadro por la puerta principal, el café hirviendo, la taquilla estrecha, me aclaro la garganta y doy unos pasos por el mármol blanco. Aviso a la compañera de mi llegada, la relevo del puesto, que salga a la calle a fumar, a tomar el aire unos minutos. Si no eres fumador, aquí conseguimos engancharte. Es una distracción, respirar hondo ahí fuera, en el callejón, los saludos y capítulos de la vida de los demás. ¿Sabes que a X le gustan las japonesas jovencitas? Si yo te contara lo que le va a Nina… Ten cuidado con lo que dices, puta, que Nina es mi amiga. Parece una extraterrestre, con ese pelo blanco tirante hacia atrás. Serás hijaputa. Quieres tirarte al jefe, pero no eres su tipo. Y además no come nada. Dijo que sólo había comido medio sandwich, que practica ayuno intermitente, dice que no necesitamos tanta comida para vivir, que es tóxico, menos es más, y que fumamos mucho, que son toxinas, y estimulantes. Bosteza. Para matarnos de aburrimiento, esto no hay quien lo aguante. Qué mala es Nina, quién se ha creído que es, se creerá mejor que todos. ¡Qué superioridad moral! ¡Qué guapa es! Con ese aire a lo Victoria Vera… Además, siempre está cansada, se inclina sobre la barandilla, ahí tirada en las escaleras, si es que no puede con su alma… Como no se alimenta, no puede ser… Le duele la espalda, ahí encorvada, vaya imagen… ¡hay que saber comportarse en la sala! ¡Un savoir faire, hostia!... Qué gente… Pero, ¿tú la has visto? Se creerá muy lista… Pues vas dentro, la observas y luego me cuentas si es lo que yo digo o no. Y que si tiene ataques de ansiedad, que tiene muchos problemas del marido… Un día viene ésta y nos apuñala a todas, como el caso de la loca que era enfermera y que estaba zumbada, qué horror, cómo puede ser que contraten gente así. Muy mal Nina, muy mal.
Nina va por libre, es lista y bella. Yo tampoco caigo bien, pero no soy tan bella. Yo también digo cállate, qué sabrás tú, puta. Luego se olvidan de mí y entramos para seguir matando horas, lo que es un arte. Nina no tiene tiempo para enterarse de todo lo que dicen, y tampoco me relata mi propio informe. No hay tiempo que perder. Estábamos hablando de arte, íbamos a hacer una exposición nosotras, quedar con Drusilla y contarle el plan. Nina es brillante.
Nina suele llegar tarde, siempre corriendo, “Lo siento, no volverá a ocurrir. Gracias por relevarme. Luego te cuento.” Esperamos que llegue el ascensor. Respira hondo para recuperar el aliento, tamborilea con los dedos en la barandilla plateada. “Qué bonito es esto, con esta luz. ¿te has fijado cómo suena el edificio a primera hora, cuando no hay nadie? Es como un pueblo. Pasa de la gente, hasta tiene su gracia.” Nina es un personaje de un cuadro, impasible, dura como el acero, eterna, y que no hay tiempo que perder. “Escucha el ruido del óleo con los cambios de temperatura, la escayola que tiembla. Los rumores de los espacios vacíos, y cuando hay tanta gente que parece que respiremos en una fiambrera. La humedad, los alientos, el olor del champú, la acidez del estómago.”
Mayestática en mi trono, reflexiono sobre los húngaros y las cabezas expresionistas terribles. Tengo enemigos, pero la rival no es Nina. Me iré con ella a Berlín, a recoger sus cosas de la casa del ex, que no consigue hablar alemán después de tres años allí. Se toca la sien con un dedo “cuando no hay aquí, no hay”.
(…)