Marina Abramovic me obliga a escribir desnuda debajo del abrigo de pieles
Parte 2
—European women— decía mi novio serbio— are the most attractive women in the world, even when they´re sad.
Se peinaba como una loca con ese cepillo de púas afiladas. Art is beautiful! I must be beautiful!
— Cut!
— Shhh… ¡Moved los labios, pero sin hablar!... Steady! Go! …
El serbio comentaba en voz alta que los macarrones eran muy realistas.
— ¡No los comas! ¡Son de mentira!-le dije conteniendo la risa.
— Lies you say? Kunststoff!
El director chilló:
— Cut!!!
Marina Abramovic se rajaba la piel con esa cara preciosa sádica europea.
Unza unza time!
Claro, como las películas de Kusturica, las comidas con sobremesas eternas y la alegría psicótica de los gitanos. El tinnitus que dejan los bombardeos.
Fuimos al cine los tres en la primera cita, una comedia romántica española, porque querían aprender el idioma. Su amiga se echó a llorar en las escaleras, recién salidos de la guerra.
Fumamos y aspiramos con ansiedad.
— Yo no he vivido la guerra, Prokofiev. ¿Tú has tenido que matar gente?
Para ser justa, no sé qué cara puso. Tenía ese gesto ambiguo, tipo David Bowie, un poco alucinado, no tan listo. Repito que no hablaba bien mi idioma. Tal vez no me había entendido. Cogió del codo a su amiga y bajamos al metro.
— Jebi se!
Otro corte. Otro latigazo. Podría titularlo “Santa Teresa” si fuera católica Marina. Brazos en cruz tumbada boca arriba en el suelo, dentro de la estrella que es mi país, y mi abuela, y que soy yo.
Yo soy mística. No lo entendéis, pero caigo en trance.
Las velas consumieron el oxígeno y quedó inconsciente. Sólo es “Ritmo 5” influencia de Pollock y Chanel número 5. Pollock número 5. Untitled. Prefiero untitled. No ser nada. Nadie. Todo.
— ¡No sabes lo que es ser sublime!
Esto se lo susurré a Prokofiev mientras fingíamos comer attezzo en un restaurante real en una película que se estrenaría un año después, y que no vi hasta que pasaron diez años. Después del premio de pintura y el manicomio y la neurosis de guerra.
En realidad, lo que hacíamos era abrir la boca para simular que hablábamos. Los actores decían su parlamento y eran grabados. Nosotros movíamos los labios.
En la escena, en la pantalla, ligeramente desenfocados, se ve a una pareja que habla y se ríe mirando el plato, ruborizados. A veces sostengo la copa de vino rojo y veo a Prokofiev con la boca abierta, obligado a callar a cada tanto.
Mi propio parlamento era este, en susurros, y risitas:
— Me gusta Marina Abramovic como me gusta Marilyn Monroe. Como me gusta Kate Moss en la portada de Vogue, como Angelina Jolie, como Natalie Wood vestida de rojo diciendo incoherencias en “Propiedad condenada”. ¿Son Art Brut las heridas de cuchilla de Abramovic? No, la película no es Art Brut, pero el personaje de Natalie Wood estaba tocado …
Y:
— En el Art Brut, los enfermos mentales pintan. Y a veces se autolesionan. ¿Has matado a gente en la guerra? ¿Eres un lisiado de guerra? … No bebas el vino, también es de mentira.
— Sabe a jarabe de fresa, ¿tomamos un café luego?
Mi sistema nervioso se excita solo pensando en la cafeína, hasta el sonido de la cucharilla me alerta.
— Eres como el perro de Pavlov. — me dice el serbio.
— El perro, sí, eso soy.
Y reposé las manos a ambos lados del plato para controlar el terremoto provocado.
Su casa en la calle Ave María.
Marina Abramovic y sus bailes y esos ojos negros rasgados, los labios rojos triangulares, mirada de bruja, superviviente del comunismo serbio. Su madre, su amante, su compulsión por la comida, no comer, no respirar, comer una cebolla cruda a dentelladas, y no parar de llorar, recorrer a pie la muralla china.
Que le disparen, que le den un beso o una paliza, que le venden los ojos, que le hagan lo que el público quiera. “Yo era consciente de que podrían haberme matado porque la pistola tenía una bala en el cargador.”
Son los 70, las estrellas del arte se beben una botella de champán, y caminan por el borde de la azotea. El filo de la navaja, eso es la juventud. Odian dibujar, tal vez no saben.
— ¿Dibuja usted?… Aimez-vous dessiner? … Drawing …
— Sí, yo dibujo.
Pero debo sublimarlo todo, y todo esto es sublime.
Y es el doble, y no quiero escuchar lo que diga Freud, no quiero. Y el populacho se calla, debe adorarme.
Reivindico mi país, la sangre de mis antepasados, algo primario, atávico. Cruzo la frontera de la estabilidad mental con esta raya, este corte, aquí y ahora.
Las bofetadas me han dejado inconsciente.
— Te odio, ¡no me dejes! ¡Ulay!
Un cuerpo cayendo al suelo, un peso muerto.
Ulay no puede cargar con ella.
Las pesadillas son los residuos de los medicamentos contra la catatonia.
— Tú no necesitas eso, meine Liebling!
— Pero quiero ver qué hay al otro lado.
Luz de focos. Los faros delanteros la deslumbran.
Se sale de la carretera.
Nosotros.
Quedé finalista en un concurso de jóvenes talentos de blablá. El arte y el talento en bruto, talento joven y potencial que corta como un diamante.
La exposición se realizaba en Dubrovnik. El fin de semana lo pasaríamos en la playa, contemplaríamos la puesta de sol.
Íbamos a escribir juntos un diario de viaje, la sensación de cruzar por la carretera sin que hubiesen desactivado todavía todas las minas antipersona. Zapadores que trabajan de noche.
Dónde están.
El ejército se ocupa de todo eso.
La exposición consistía en obleas de látex esparcidas por la sala. Si pisas una, mueres, o quedas desmembrado. Muestra la sangre y música del país y petardos y balas de fogueo.
El serbio se vistió de negro para la inauguración, y yo llevé un vestido rojo, el pelo negro con un pasador dorado. Brazalete dorado, los párpados azul lapislázuli, pestañas endurecidas por el rimmel.
Brindamos con champagne.
Salté a la pata coja por la sala, sorteando los trocitos de látex. No es más que eso, no estoy coja en realidad. Esto no me matará.
Esto es una mierda. Esto no es nada. No son minas antipersona, es látex tirado por el suelo. Y sucio, la gente lo pisa sin querer. Como Eulàlia Valldosera, sólo son colillas. Es Tracey Emin con la cama deshecha.
—¡No sabes sacar poesía de tus miserias, mi amor! De la guerra de tu país, de tu enfermedad mental.
Nos bebimos todo el alcohol que nos ofrecían en las bandejas de plata. Nos emborrachamos.
Discutimos a voces, escupo en el suelo, como él hace cuando se cabrea, pero yo lo exagero. Me levanto el vestido y bailo pisoteando la instalación de goma, chocando con todo el mundo. Desprecio el premio de arte joven. Desprecio la idiocia.
Me agarró por la nuca con violencia y me arrastró a casa. Me arrancó el pasador y la ropa y me empujó contra la pared.
Pensé en Marguerite Duras, una escena en su libro “El amante”.
Ese odio era puro asco, pensé que me envidiaba. Él no lograría hablar español en su puta vida, no saldría nunca de su pueblo. No se atrevería nunca a tirar ese premio a la basura.
Se apretaba contra mí y yo le desprecié: soy mejor que tú, nunca llegarás a comprender lo que yo sé.
La estrella de Marina Abramovic consumió todo el oxígeno y ella seguía inerme, pero el público no vio lo que estaba pasando hasta que uno de los asistentes se desmayó y vomitó y alguien fue a comprobar cómo se encontraba la artista.
lips!
Yo creo que Marina Abramovic no puede entrar en ninguna casa si no ha sido previamente invitada, como aquel chaval de Transilvania…