-A estas horas, en 2024, me queda mi madre. Son las 8 de la noche. Enero. El cielo se vuelve morado, velado, atmósfera crujiente, la humedad se paladea. No hay niebla, pero habrá días de velos y colores de Goya, y tomarás café a estas horas con tus compañeras de trabajo, y el perfil recortado de los edificios, la bruma del Jardín Botánico, el frescor helado de las hojas carnosas, el aliento del invernadero te lamerá las mejillas y empapará tu moño, y encontrarás la vida maravillosa, y el día que mueras dirás que la vida habrá valido la pena. ¿Qué pena? Qué epifanía es ésta que produce el café en esta taza estilo árabe, con espuma y caramelo por encima como un garabato, puro dibujo, enciende tu mente, tus archivos acumulados como estratos. Sidonie Gabrielle Colette...
Y saldrán bien mis planes de trabajo, los negocios. El presente se arregla con dos patadas, dijo Milan. De modo que el plan del fin de semana es hacer palomitas y ver películas en el salón, el volumen al máximo. Bajar las persianas, bajar las luces, que no se enteren los lobos que estamos aquí, ni los vecinos, la parca de la vecina, la parca asesina, la que cuenta los minutos, estas dos horas de tu vida concentrada en hacer no se sabe qué. Cómo se llama lo que hacemos el vampiro y yo? La cornuda aguanta. Relación abierta. Libertad. Vampiro de mediana edad.
La sátira nos salva la vida. Baja las persianas, amigo mío. Estoy aquí, dime qué apunto en mi agenda. Plan: hacer palomitas en el microondas. Bajar las luces, que parezcan velas. Se agotaron las velas en la ferretería del pueblo. Todo el mundo debe de estar haciendo las mismas cosas el fin de semana. Yo en cambio, trabajo. Y luego Milan viene a buscarme. Nos pasaremos el fin de semana en este pueblo remoto.
He hecho acopio de películas en DVD en el quiosco al salir del café literario. El quiosco se abría ante mí como un abrigo surtido de bolsillos interiores, exhibicionista. Novelitas policiacas, románticas, periódicos americanos y franceses, fotos antiguas de Madrid, cromos vintage, postales vintage, recuerdos y collages para regalar a su daddy, fascículos de todo tipo 2x1, 3x2, de regalo una muestra de perfume. Películas que veías de jovencita. You got me! You really hear me! Aventuras, dramas, series, pornografía en un rincón, ahí, donde esos viejos, qué mala pinta tienen, ¿no? Yo escarbando con el dedito por los títulos eróticos. El aire se vuelve pegajoso, hace calor en noviembre, el sistema nervioso me pincha en un ojo, literalmente sería STING MY EYE. Lo estimula, lo molesta, malestar, náusea, migraña ocular. Sting de envidia, de patada en el estómago, mala baba, mala gente, en el trabajo he tenido que defenderme de la maledicencia. He sido una celebridad y no era consciente. Que van diciendo de mí ¿qué? Es un pueblo, dice Nina. Me voy con mi novio al pueblo el fin de semana con un puñado de películas y novelitas juveniles.
No quiero tener miedo al insomnio. No quiero beber. Si no duermo, leeré, no comeré si no puedo. No dormiré dos días, no pasa nada. He aprendido la disciplina militar de mi padre. Dormiré cuando termine la misión. Necesitaré poca agua. …. Relax baby be cool… canturreo. Nada puede ir mal con mi bolso lleno de provisiones. He comprado películas de Lars von Trier, y me ponen nerviosa. Asimismo me sirve Charlotte Gainsbourg para mi propia mitología. Hay que alimentar mis obsesiones. “Regreso a Howards End”.
Y así es como vemos hoy películas. Limpio el polvo de las carátulas, del reproductor de DVD. Hace cien años que nadie lo utiliza. Casi es como sacar una cámara de cine de un desván del siglo XX…. ¿Películas de super 8? ¿Cómo era eso?
Ver estas cosas con tu novio, pornografías neuróticas, avergonzándome del tapper sex de mis amigas, avergonzándome de la inmadurez de mis colegas, de la propia, como si tuvieras 14 años y no superaras nunca tus inseguridades. Como si esto fuera erotismo. Qué sabrás tú, Milan. No sabes sacar partido de Sidonie Gabrielle Colette, de Claudine. Ni de la Historia de O, de las Sylvia Plath de tiktok, donde toda la chiquillería se muere por leer…
Claudine à 15 ans. Si mi abuelo te pilla leyendo estas guarrerías, tendrás que ir mañana a primera hora a la iglesia a confesarte. Mientras pienso en el fanático de mi abuelo muerto, sorbo café con arabescos de caramelo sentada en el café literario y no temo el insomnio, ¡Claudine me surte de cuadernos escolares para seguir viviendo a tope, tiktokers! No tengo miedo, o sí tengo miedo, pero sigo escribiendo mi diario y sorbiendo la espuma y escribo un mensaje a mi hermana: “¿Te acuerdas de Colette? Cuánto tiempo, ¿te lo puedes creer?”
Me veo a mí misma saltando de la cama, cogiendo mi carpeta y mi bolígrafo para escribir mi novela con 14 años, no iba a esperar a los 30, a tener “experiencias”. Con 12 años queríamos ser escritoras. Sí que me gustaría ser escritora, de mayor… “Yo ya soy escritora”. Se cagaba de risa. Y yo, porque juntas nos divertíamos mucho, y era muy lista, y yo muy pequeña. Pero he seguido escribiendo en el patio de atrás toda mi vida. En esta misma silla, Milan, yo sigo siendo esa adolescente.
Me encanta!