La pintura, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo
Sobre Pablo Picasso y Juan Gris, pintura española. Con Javier Galisteo.
Para pintar los tres corderos, Picasso dejó de jugar con el tiempo y los bailecitos alrededor del motivo (cubismo sintético) y se centró en Cezanne. Fue el punto de inflexión donde quiso remarcar las dos dimensiones de la pintura sobre una superficie plana frente al espacio en la escultura.
O donde comenzó a torcerse todo.
O quien le dio su propia voz, Cezanne. Para pintar desde sus orígenes españoles.
Colores primarios: magenta, amarillo y azul cian. Y a partir de ahora dibujamos en el centro el motivo, un bodegón. Tres cabezas desolladas de cordero sobre una mesa. Simple y directo, no tiene más.
Esto es Zurbarán. Esto es España.
Estos son los talleres de pintura en España.
Los colores grises, que son secundarios y terciarios, el oficio más absoluto. El amarillo del fondo se vuelve gris— para los estudiantes, no es lo mismo un color sucio que un gris, hay que mezclar la pintura, mezclar siempre.
Es Velázquez, su pintura plateada, sus velos, el oxígeno dentro de una habitación llena de polvo. El motivo te da en la cara: no hay truco. Es sencillo. Pero también hay un guiño, un rastro del camino recorrido durante la etapa cubista.
Las cabezas son un conjunto de líneas rectas en forma de x, como un diálogo, un juego de pelota, esta comunicación, que aúna el movimiento de las cabezas muertas sobre la mesa.
Dibujo cubista, ojos, mandíbula, rectas y curvas que se ensamblan para no caerse de la mesa, o el tajo de madera, (pintura siena tostada) como un cadalso, absorbe la sangre y evita hemorragias.
Magenta secundario, cómo llamar a ese gris. Es el músculo a plena vista. Óleo.
La composición de las cabezas, su anatomía, me ha recordado a las esculturas de alambre con puntos y líneas, como Miró. El monumento a Apollinaire. Partiendo de los surrealistas y unificando la escultura con la pintura. ¿Te atreves a volver este cuadro una escultura? Por supuesto.
Es lo siguiente que realizará.
Un hombre sujetando el cordero.
Los cuadros se volvieron esculturas desde el cubismo. Y ya tienes educado el ojo para verlo por ti mismo. Cuando te pase el pincel modelarás una escultura cubista, o un aparato móvil, como Calder, o incluso le pegarás pelo a lo Meret Oppenheim, si jugamos con los surrealistas.
Con los surrealistas hay que jugar siempre, y luego darles la patada— Picasso siempre está dando patadas a todo el mundo. Y quién no se dejaría dar una patada por este pintor. Por Dios.—
La pintura de las tres cabezas de cordero tiene las pinceladas de Picasso, todas las características que definen su estilo en cada época, la azul, la cubista, la neopostclasicaburguesa, da igual; siempre se ve la mano en sus cuadros. Super super super sensual.
se peleaba con el termino “painterly". Para expresar esta técnica, o esta manera de afrontar un cuadro. Yo creo que en la facultad llamábamos a esta técnica, esta aproximación, esta manera de pintar y de ser, “gesto”. Tienes gesto, chaval. Se puede tocar este movimiento con el pincel, lo quieres chupar y modelar. Por eso te volviste escultora, ¿no? Era el paso lógico, Marina.El amarillo y el rojo son la bandera de España.
Las tres cabezas son los tres años de guerra civil. Por hilar fino. Di lo que quieras. La Santísima Trinidad. Simbología del número 3.
O un recordatorio privado, ¿tres días desde la última vez que durmió con Fulanita?
Va savoir!
Aquí hay tarea para unas cuantas semanas, pintar variaciones de este mismo lenguaje. Desde Cezanne, una clave para pintar los movimientos de un carácter propio de tu país. Y de ti mismo. Tanta pasión en un pincel. Painterly pictórico oleoso.
Los cuerpos devorados dan tema a Picasso para décadas de su vida.
Juan Gris, junto a Braque y Picasso, el trío cubista. Juan el más callado, no tan famoso, no tan comprendido. El cordero, el chivo expiatorio del cubismo, el no-cubista, el poeta.
El escritor Javier Galisteo centra en el arlequín el personaje perfecto a través del cual Juan Gris supo hablar. Y lo hizo hasta los últimos días de su vida.
Desde el cubismo, no moverse ni un milímetro de sus parámetros, y utilizar los recursos de Velázquez, las líneas, movimientos pausados, sabios, de los místicos españoles. Santa Teresa, y san Juan con la osadía del Greco. (Sus rojos y verdes y negros)… Su gesto es difuminar la gradación del rosa hacia el verde y sentir el mismo escalofrío sensual (la razón sensual) que consiguió Picasso con un manotazo.
Et voilà!
Arlequín con violín
Javier Galisteo Naranjo

Siempre fui la sombra de un gigante. La imagen de un fantasma. El ego dulce del tirano, y la cara honesta con reverso de villano.
Siempre en tierra ajena, viviendo de prestado. Siempre una melodía dulce que al rato has olvidado.
Yo no soy ni malo ni bueno. Ni soy blanco ni soy negro. Soy un Arlequín. Un actor secundario, con disfraz a cuadros, y un fantasmagórico violín.
Yo soy Juan Gris.
Un hombre hecho a pedazos, reconstruido pero estropeado. Un actor de comedia, infravalorado, que oculta su tristeza obligándose a reír.
Reír de los palos que me da la vida, del desprecio que propinan, devaluando mi obra y dejándome morir. Un solitario en la cima con la única compañía de Josette, mi Columbina.
Ni soy de aquí, ni soy de allí. Ni nací en París, ni morí en Madrid. Viví como extranjero, saltando de villa en villa para escapar del asma y la pleuresía.
Soy el genio por valorar. Soy la bestia argenta oscurecida por la humedad.
Oculto tras la sombra de titanes, tan descomunales, que levantan nubes de polvo opacando mis aciertos y mis cumbres más notables.
¿Quién soy yo si no Arlequín?
Un personaje entretenido que apareció en escena por descuido.
Un eco reiterativo que no deja poso en la memoria. Un marginado en zona neutra, olvidado en una esquina, pasando las horas muertas.
Allí dónde la luz no llega, los colores se han oxidado, y el llanto fluye libre sin obligarme a sonreír.
Un lugar donde gruñir, y gritarle al viento, que fui maestro entre cientos. Que destaqué entre tanto hambriento, entre tanta miseria, entre tanta gloria y mugre acumulada en esta tierra.
Yo que pisé los adoquines de París y que marqué tendencia. Que pulí el lenguaje cubista, ese ramillete vanguardista, para cambiar su voz y hacerme grande.
Yo que enseñé a Picasso a dominar sus instintos más infames. Yo que goberné su locura, y que pinté su retrato con piezas sueltas de su reflejo; una imagen distorsionada tras romper de un puñetazo el espejo.
Un hombre hecho a pedazos, como yo. Una silueta temblorosa al tocar de las trompetas, y al escuchar el retumbar de tambores anunciando guerra.
Una guerra que nos hizo mierda. Que nos arruinó la vida, y que sacrificó en la hoguera a los hijos más notables de la bohemia.
Una guerra que viví sin pisar trinchera, vigilando desde el lado opuesto de la frontera.
Refugiado en las calles muertas de París; en las atalayas del monte Marte, donde moraban los fantasmas de los caídos en combate.
Una guerra en la que volví a ser gato, infiltrándome en las colonias de Montmartre, para colarme en los talleres vacíos de Fernand Léger o de Georges Braque.
Recorriendo cafés silentes, y galerías vacías, recordando a Apollinaire sentado entre sus sillas.
Un turista furtivo por las calles de París; una ciudad tan perdida, tan extraña y aterradora para mí, que me obligó a huir.
Me alejé de allí cuando mi cuerpo comenzó a boicotearse, a desconectarse poco a poco, y a negarse a vivir.
Comenzaron las mudanzas: de París a Collioure, de Collioure a Bandol, y de Bandol a Boulogne-sur-Seine.
Un lugar a orillas del Sena donde luchar contra la asfixia y la pleuresía. El lugar dónde me desplomé en el suelo, fragmentado en mil pedazos. Donde supe del final de la guerra, y donde entendí que mi obra también estaba muerta.
Porque no sobreviví al cubismo. Morí cuando venció el surrealismo. Cuándo mi cuerpo colapsó derrotado por sí mismo.
Ya no queda nada de mí, salvo la biografía que no escribí:
Yo fui uno entre los grandes.
Retratado por Modigliani y admirado por Picasso, Delaunay o Metzinger.
Hoy soy un recuerdo.
Una sombra entre gigantes.
Una figura neutra, que ni quiere dolerte ni espera agradarte.
Hoy soy un Arlequín y su violín, tocando una balada lenta.
Un hombre vestido a cuadros, uno negro y otro blanco.
Un hombre fragmentado.
Una figura intermedia, entre fantasía y realidad.
Una silueta descompuesta, que es pura genialidad.
Yo soy Juan Gris.
¡Gracias por escribir conmigo, Javier!
Un honor atravesar los corredores fantasmales de este museo y descubrir pinturas a través de tu sensibilidad.
Love,
Yolanda.
Qué honor escribir compartir este proyecto con estos escritores. Maravilloso artículo.
Great to look at this work with you. 💙