La gestora cultural
(Cyberpreraphaelites in suburbia)
La gestora cultural se presentó a la sesión de fotos con gafas de sol negras y un flequillo negro que ocultaba por completo su cara. La boca roja quedaba a la sombra de un vaso XXXL de café vienés. Lo supe porque la espuma le dejaba un bigote y un pellizco burbujeante en la barbilla.
Unos pantalones a modo de chándal y un jersey de rayas blancas completaban la primera impresión de esta mujer.
No aparentaba la edad que tenía, parecía una loca en realidad, de las que siguen la moda de ir en pijama a recoger a los niños al colegio, una estrella de cine. Envejecida. Antigua niña prodigio. ¿Qué decían de ella?
Lo único que me gustó fueron los ojos, a través del antifaz raccoon, el rayo de sol que rebotó en el cristal de sus gafas desde la ventana alta del taller del artista.
El ojeador ojea a la altura de los tobillos, viendo pasar caracoles que corren a cubierto atravesando el descampado de amapolas y dandelions, malvas y pelusas, un polen espantoso.
Esto es Hollywood, los almacenes, ochocientas horas de trabajo, … no he dormido nada en tres días.
La gestora cultural y sus exposiciones en la galería de su padre y de su madre—
Lo que me llamó la atención fue el desastre de los diamantes despegados de la patilla negra de las gafas como un brochazo de tinta china.
Diamantes falsos, un collage de la nena. Uñas falsas de gel, verde metálico como el tallo de las amapolas, como aceros, el calor sofocante al sol, las sombras heladas.
La cultura de esta mujer, y su buen hacer con ella, que se le ocurriera algo a partir de las cartas de Vincent van Gogh. A partir de esa ropa preestablecida, y sus zapatos de bailarina, color metal como sus ojos, digo sus uñas. Uñas deshechas debajo del gel.
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El escenario entonces es un campo de Monet.
Son las afueras, las barriadas, suburbia, queda mejor. Flores amarillas que salpican la campiña, motitas, veladuras, los ojos entornados al sol. El descampado de mi infancia, sin jeringuillas, al menos no en esta zona. La salida a la autopista, terrenos áridos, de camino al pueblo, al mar.
Margaritas ásperas como la mano de los aldeanos.
Esta mujer tiene las manos blancas, unos dedos tan largos y delgados que parece una niña estúpida, si no fuera por el dinero que mueve el mercado del arte.
Sólo tiene que esforzarse con un dedo. Hacer clic clic, y la exposición tiene lugar, los cuadros caen o se cuelgan con el movimiento de su índice.
¡Si pintara acuarelas!
La estética es cyberprerrafaelita.
El vestido de seda negro, como un negligé. Melena recogida, larga hasta los pies, seguro, envolvente. Como el nacimiento de Venus. El paisaje es verde limón pasado por el filtro plateado cyber… lo que sea.
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Esas uñas verde mosca provocan chispas dentro de mí. Una especie de mareo, náusea. Será el calor, o el frío de estos lofts. Demasiado alcohol, pero este ginger ale no tiene alcohol. Ya no me creo nada. Ni a nadie. Mi fatiga es real.
Me excuso al reservado.
Me echo agua fría en la cara. En el espejo soy yo, los ojos saltoness, pelo imbécil que mojo hacia atrás… las entradas, la cara angulosa. Si no trabajara tanto. Si hiciera más deporte. Si follara más… “el ginger ale como un orgasmo”. Otro ginger ale. Si no tomara tanto.
Las fotografías no se disparan solas.
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La mirada fuera de campo, algo ocurre entre la maleza.
Sigo la dirección de la mirada y disparo, me acerco, me muevo y disparo.
Y entonces, en ese fotograma, me mira directamente.
Yo digo que sí, sostengo la mirada y la llevo hacia el descampado, disparo, ahora caes, ya te tengo, la musa cyberromántica, la abeja verde y negra. El deseo insatisfecho, ¡eso eres, gestora! Eso eres.
Parpadea y ya se ha ido, el acontecimiento ya ha tenido lugar. Ya sucedió, la vida ya pasó.
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En el reportaje, la gestora cultural salió fea, pútrida, glacial, más vieja de lo habitual, las arrugas encuadrando la boca como líneas de lápiz de plomo, veneno.
Una boca que forzaba una sonrisa, unas pupilas que se cerraban a cal y canto detrás de las gafas, excusas. El ginger ale.
Una mujer alzando un brazo en repuesta a mi saludo, como un espejo, un escorzo en blanco y negro.
La foto cuelga en tamaño 2x2 cubriendo un bastidor en mi apartamento. El sol entra por la mañana y la línea negra de los barrotes cubre su cara como una cicatriz tachándolo todo.
PS…
inspiró este relato con su ginger ale. Todo esto es pura ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia..
Hermoso, Yolanda. Si una lata de ginger inspira tan buenos relatos voy a tomar más😁 Gracias🤗
Muy bien dicho.