
La primera vez que se vieron fue en la academia de Bellas Artes. La Bruja era una profesora de dibujo muy estricta, de la misma edad que se ve en la maravillosa novela de la Ópera introvertida. Una edad indefinida. Ni vieja ni joven, y definitivamente, una mentirosa con respecto a la edad. Hija mía, te conservas en formol. ¡Hija mía! Pues como mi madre.
¡Madre mía! Otra vidorra en el formol, ahí dentro del frasco, en el aula de dibujo acristalada, donde se pasa mucho calor en verano y se te congelan los deditos en invierno. Fue el primer contacto de Hansel con el arte, esa entrada de la mano de su mamá, una joven rubia que acudía a las clases nocturnas de la academia.
-¿Pero quién es este niño tan guapo?- eso es lo que le dijo la Bruja. Las primeras palabras amables, pura hipocresía.
Le dejaban en un rincón coloreando sobre una tabla de madera a modo de mesa. Y el niño dibujaba a la modelo, culos y tetas. – (Ya te advertí con el +18, que esto era un cuento cruel).
-Pero quién es este niño tan mono.- Insistió melodramática.
Y le pellizcó el moflete, como si le importaran los niños, como si le parecieran algo dulce y mono y digno de su atención.
-¡Seguimos con la clase! No quiero interrupciones. ¡Concentración, por favor!
Años después, el adolescente Hansel y su hermanastra, una niñata desangelada de carácter nervioso y manos frías, se adentraron en el bosque para hacer lo que los jovenzuelos hacen en esta parte de la vida y en este rincón oscuro de la página. Se sobaron el durazno y dijeron aquello (eran argentinos) de si querés durazno, bancate la pelusa. (Lo que hay que oír).-
Y eso ocurrió. Llegaron a un claro del bosque y allí estaba, la casa de durazno, cerezas y chocolatinas colocadas estratégicamente una sobre otra a modo de ladrillos. El cemento era caramelo, y el durazno era duro y tenía pelitos que se enredaban entre los dientes.
Los jovencitos babearon, forzaron la cerradura –el pomo de chocolate se fundió en la mano, por el sudor y los nervios. La chica le pasó la mano pegajosa por toda la cara, y éste lamió la palma.
-Comes de mi mano. - Dijo ella.
-Eso no se lo digas a papá o me corta los huevos.
-A papá se lo cuento todo.
Entraron y lamieron las paredes de crema y bizcocho impregnado en cognac.
-¡Che, cómo no vimos esta casa antes! ¿Es una pastelería?
-Esto es marihuana. Productos derivados del cannabis.—dijo la repelente Gretel, toda ginger-haired por el caramelo de tofe pegado por todo el pelo. - Tiene propiedades curativas. Como el chocolate, lo mejor para la depresión.
Lamieron los marcos de las ventanas, las patas de la mesa, y cuando ya estaba todo chupado, buscaron más cosas que chupar. Ramitas de maría en tiestos en las ventanas, en el huerto, tomateras moradas y abono y carbón dulce.
Mientras retozaban en la cochiquera bancada como el durazno- no sé hacer un juego de palabras con esta expresión argentina: nunca viajé al otro lado el mar. Mientras retozaban entre duraznos, ocupados como estaban, pues, en deglutir y ansiar, no vieron llegar a la Bruja. Se materializó en la puerta, a contraluz, con el moño atravesado por un pincel, exacta a la señora que daba clases de dibujo a su mamá, fallecida en extrañas circunstancias, descanse en paz, la pobre mujer.
…
.
Escríbeme cuentos depravados. Y lee en voz alta.
No te muevas y vocaliza.
Love,
Y.
so deep