Fortaleza, el escritor escribe
(Dentro de la sala. Fuera de la sala. Novela por entregas.)
Sucedía todo en viernes. No tengo permiso para transcribir sus poemas ni nuestros encuentros. Podría meterme en el baño, en horario de trabajo, en la hora de la comida, pues el bar está siempre lleno de compañeros, todos los cafés que rodean el museo, siempre te los encuentras en la zona (in der Gegend).
Los lavabos de señoras, en la cuarta planta, pasando en restaurante y la librería. Dejar la chaqueta en la taquilla. Y el móvil. Regresar porque te has dejado el móvil y el dinero, las llaves de casa. Volver a meter el bolsito con las llaves de casa, no las necesitas ahora. El dinero sí. Okaaayy.. todo listo, el dinero para un café, tal vez un bollo, pero meter el libro de Kirchner en diagonal, no gastar más dinero hoy. No es normal que sólo compres libros. Tienes la chaqueta con cercos de sudor, tienes que comprar ropa… estoy tan cansada, el sujetador de la jefa de planta desnudándose a tu lado. El pelo largo me cubre la cara, vergonzosa miro al suelo, me despido después de ver cómo las medias le dejan una marca en la tripa, las medias de color carne, como las viejas, qué asco. Cojo las llaves y cierro la taquilla con el ruido metálico tipo música kraftwerk, Berlín, … adiós, adiós.
Subo las escaleras hasta el último piso, entro en la cabina y me siento en la tapa del váter. Qué asco. Qué asco el sujetador color beige, las medias. Pero no olía a sudor, yo estoy empapada, me ahogo. Saco medio cigarro del bolsillo de la chaqueta, lo enciendo y fumo con ansia. Sabe a cementerio, humedad, chimenea, aspiro… puta drogadicta… qué placer… nada como las primeras caladas del cigarro, un Gauloise, ¡esto es arte! Vivir es esto también, aunque sepa a humedad, por ahora todo está bien. Tiro la colilla y abro la libreta. “No tengo permiso para escribir nuestros encuentros, pero se lo merece, por haber hablado de mí sin permiso, te has metido con la rival equivocada, no te metas con los escritores…. Dios mío, lo que escriben, qué huevazos, no tienes ni idea…”. “Etc, etc”.
La puerta del baño está cubierta de graffiti. Justo como la exposición en la sala. Se trataba de una reflexión sobre la vida universitaria, el campus, el olor de las habitaciones de los colegios mayores, la adolescencia, las fotos documentaban los años 70, todo era muy “vírgenes suicidas”, el género adolescente, incluso películas sobre asesinatos, violaciones, trastornos alimentarios, angustias varias, sublimaciones, esa estética. Y llega a ser una distopía ahora mismo, floreciendo como un herpes. Rash literature.
Voy tomando notas en el silencio de la sala, el eco de los susurros, motores de alguna máquina, la película que vuelve a empezar desde el principio, copio textos adolescentes enteros. Pienso en Jeffrey Eugenides, y en Ian McEwan. Pienso en Italo Svevo. Y en Casanova. Me siento en una cárcel dentro de este toilet de mierda y graffiti. No tengo espacio ni tiempo, pero pensaba escribir detalles de su anatomía. Y de la mía.
No me deja hablar, adopto un lenguaje encriptado, los escritores lo dejan todo por escrito, es su legado. Para quién. Para la nena. Para que se alimente y no cometa mis errores. Oh niños, ojo con esta gentuza…. Claro que nunca leerán las cartas de Valmont, esa inteligencia, qué les importa esta descripción… ¡nada! Mi letra es diminuta y desaparecerá, y no me importa. Saco un cigarro, no me importa fumar el cigarette de las 15:30 ahora. Es una emergencia porque estoy muy triste y no veo salida. Y que no hay oxígeno aquí dentro, y se ha pegado el olor al uniforme y voy a apestar en la sala. Y me avergüenza todo esto.
Salgo al ascensor y bajo a la calle. Cruzo la plaza, subo la acera a zancadas, resoplo. Me detengo a encender el cigarro por fin. No son las 15:30, pero es buena idea y voy a escribir en esta cafetería, detrás de la columna.
Pido café solo. Fumo. Acerco el cenicero. Empiezo a escribir sobre su espalda. El pelo corto negro. El olor de la habitación, el frío que hacía, y había tirado de la sábana y me dejaba el culo y la espalda al aire. El compañero de piso empujó la puerta atrancada con la mesa y me vio el culo. VV se reía, “JA! Ahora lo irá diciendo por ahí!” El preservativo colgaba en el borde de la mesita de noche como una escultura blanda, una vesícula. “JA”. Nuestros cuerpos eran blancos y blandos, no hacíamos ejercicio. En la habitación había velas y humo de cigarros. Una brumosa mañana de noviembre él lo escribió todo.