Domingo en el Museo del Prado
(Camille quiere trabajar en el Burger)
No hay nada como la lluvia en primavera, cuando te mueres de calor y al día siguiente se te congelan los dedos sujetando el paraguas delante del museo.
Ropa de verano debajo de la gabardina.
Ropa de verano en la entrada del Jardín Botánico.
En la maleta sólo metimos las sudaderas con capucha, incluso un abanico. La casa ardía cuando entramos. Besos a mi hermana, con la cara roja y un vestido de tirantes.
Una sudadera con capucha, parecemos militares, todo azules y verdes y grises.
Después de la comida hicimos tiempo para entrar gratis al museo, en la última hora.
El viento se cabreó, lanzó un bufido y la temperatura bajó diez grados en un instante, la cara de Camille se agrió.
Las puertas del Retiro cerraron, peligro de rotura de árboles y rotura de cuellos. Los pinos volaban, o los castaños, abedules. Olía a eucalipto mojado, y empezaron a caer gotas heladas.
Los árboles volaban como melenas, todo era plateado y verde fluorescente. Nos subimos la cremallera de las sudaderas, las capuchas azules, las caritas pálidas jadeaban. Camille miró al cielo y el agua le lavó la cara.
Camille es una escultura de Rodin, la aurora.
En realidad, Camille es la nena, que parece una Jeanne d´Arc, o una arlesiana de Van Gogh, las cofias que nos gustan tanto.
A Camille no le gusta nada lo que estoy diciendo. Me odia, pasa de largo, nos empapamos y nos vamos a refugiar debajo de un tejo. Lo pone, taxus. Negro el condenado como el odio de esta chica.
No te odia, es que está cansada.
No me odia, sólo pasa de mí. La adolescencia es una mierda. Pero yo me trato peor a mí misma, y no es la edad.
El ritmo es lento ahora.
Me pone triste ser tan mala. O es hambre. Tú también estás cansada, mira qué ojeras tienes.
En una tregua que da la lluvia, cruzamos la calle y nos sentamos con un café en el Burger.
Los chicos comen y juegan y eructan, bajan al servicio.
Camille se ha sentado sola y mira el móvil, aislada del mundo con su capucha y los pelos sobre los ojos. Se levanta y come algo, mira en otra mesa, coge una bandeja de papel, sonríe, nos ofrece un puñado de servilletas.
Qué asco, está recogiendo las sobras de las mesas, digo. Yo también la odio.
En cuanto cumpla los 16 quiere trabajar en un Burger, es su sueño. A ver si nos deja en paz y madura un poco. Tener su propio dinero, que valoren el esfuerzo. Qué harta estoy.
Camile también está harta. 15 años. No come, luego devora, se echa a reír por algo que ha pasado en el móvil o en su cabeza. El primer amor.
Qué ganas tengo de que se pongan a trabajar.
Saca una mano del bolsillo y cuenta con los dedos.
16 años.
Queda mucho.
El tiempo pasa volando.
Me duelen las rodillas, las articulaciones, la espalda me está torturando en esta silla antinatural, y no quiero saber qué será de mí dentro de dos años. Me veo muerta, podrida. Sentada en un Burger y Camille sirviéndome con malos modos, cruel, vengativa: “Come rápido, que tengo que limpiar el baño.”
Me duele la tripa.
A Camille le duele la tripa. Cuando llueve, la sangre se desliza fucsia por las piernas, se disuelve en la lluvia y es poético.
Camille me odiará, pero somos muy parecidas.
Mi hija lleva mis genes, la mala costumbre que le he enseñado, mi autoestima es la suya y ella se rebela. Y yo me rebelo para romper el cordón umbilical a mordiscos, la placenta rosa, que se deshaga ahí fuera, baje por la alcantarilla, que se acabe este tiempo indeterminado.
Que sea feliz, que haga con su vida algo bello. Y que yo haga lo mismo. Cómo nos despreciamos.
Mi hija masculla algo, (o mastica algo, una chuche roja como un cerebro). Se pone los auriculares. El Jardín Botánico no ha dejado huella. Ni sus pisadas quedan, el amor te hace levitar. O el peso… Si es que no come…, estas chicas lo pasan muy mal a estas edades… y están creciendo…
Mi padre me decía lo mismo, justo estas palabras de mierda: “¡No comes, esto es suicidarse!” Y también: “No comas tanto o no vas a pasar por la puerta.”
El hombre loco.
“¡Me has vuelto loco!”
“Yo ya no estoy loca. Déjame en paz.”
Camille: “Déjameeee”…
Excuse me Miss, your scarf!
Cuesta Moyano arriba, renqueando, Camille se ha animado porque ha visto una novela juvenil de las que le gustan y claro que se la he comprado. Y al librero también se le iluminó la cara, por lo inaudito del día.
“Cuando piden libros hay que dárselos.”
Qué caro, dice mi hermana.
Cállate.
Mira qué contenta.
Se hace fotos, la cara de Camille es la primavera. Parlotea, dice no sé qué de una chica que va al instituto…
Me lo estoy inventando, no la he escuchado. El ruido de la lluvia, o la gente, o era la música de Battiato en mis auriculares, qué dices, que te calles. Un dineral. En cuanto pueda, me piro de casa.
El uniforme de camarera en Starbucks es bonito.
Aj, dice mi hermana.
Lo que te pasa es que eres muy vaga, se trata de que te paguen dinero por tu tiempo.
Y por tu espalda y tu cadera… Me dan ganas de tirarme a un coche.
Cállate.
Camille es la única que ha encontrado algo, ¿y tú no encuentras nada bonito?
Sólo quiero llegar a casa y cerrar la puerta de la cocina y hacer torrijas se soja y cerveza y mucha canela. Mucha cerveza.
Pero no bebo alcohol. No fumo. No hago nada. Mi aliento a café, a ensalada, a escultura de mármol.
La tripa duele, está fría a pesar del café vienés. (Una cutrez mal servida de café de cápsula y un chorro de nata de spray, seguramente guardada en el baño. Qué dices, nada. Cállate. Se llama trabajar, levantar el país, hostia puta vaga.)
Excuse me, your scarf.
En el Museo del Prado.
No se puede beber en la sala. Sólo es agua. Camille, qué haces. Tengo hambre.
Se le ha caído el pañuelo. Gracias. Qué amable.
Las entradas. Charquitos de agua bajo las columnas.
Miss?
Fetos. Vagabundos. Tarados.
Miro a la gente a través de un mechón de pelo blanco. Soy lo peor. Pero éstos tampoco son tan guapos. Neuróticos de guerra, los llaman, vaya catálogo tienen aquí también.
La tez amarillenta, ojos vidriosos, aliento a carajillo… Mentira, he perdido el olfato. Sólo huelo a quemado en todas partes. Y esta culona, con un dedo de canas, gafas pasadas de moda.
O que se haga coach o el Burger, dice. Se acabó la tontería. Mira, como los de recursos humanos, y con lo mona que es.
También quiere ir a Inglaterra, pero eso es por el novio. Aunque no le va a hacer falta saber el idioma. ¡Para lo que hablan…!
Camille ha guardado sus manoplas y sus headphones, esos auriculares gigantescos de plástico rosa. El pelo pajizo se seca con la calefacción de la sala y recupera su color claro. Busca con los ojos al novio.
The kid.
Los amantes de Teruel, tonta ella, tonto él. Ja.
Mi hermana cloquea y se acerca a una escultura romana.
Los ojos se le salen de las órbitas. Radiowoman en acción:
Si es que no puede ser. Cómo ha cambiado Goya en este viaje. El fondo naranja lo invade todo. Y sólo ha dado unos toques con la pintura muy aguarrasada, algo de gris en los ojos, azul sudadera que es el abrigo de este francés,… la espátula raspa una línea y PUM, ya están hechas las cuerdas, cinturones, un cuadrado blanco en el centro, la luz de la lámpara.
Esta mujer en trance, a voces.
…¡Y la grupa del caballo! pero si se ve el fondo naranja en todos los cuadros. Cuatro pinceladas de hierbajos por los bordes pim pam pim pam, el cielo azul, …o ni eso, se ve naranja, ¡y la firma!, y no importa, y ya está terminado y perfecto, cómo respira el paisaje.
Hermana, … ¿pero te das cuenta?! El caballo pesa, las caras con sus volúmenes, todo está en su sitio, pum pum pum. Esto es Goya, lento y seguro, … ¡Y Velázquez! Hasta las correcciones son seguras. Las patas del caballo, una pata corregida. Y está bien.
Qué difícil es pintar….
Que si era vago, decían, pero mira las pinceladas: eso es pintar, no trabajar en el Burger.
…
Estás obsesionada. Qué pesada, déjala en paz, que haga lo que quiera.
Sí que estoy obsesionada con las caras de los fusilados, me acerco hasta casi caer dentro.
Tal vez le veo racanear un poco con la pintura, estirar la mezcla de rojo escarlata con azul…
Como dice ella: PLAS. Las correcciones se dejan visibles. Versión 1 y versión 2, para que te distraigas, hermana, caprichos, etc. Eso es.
No se me mejora el carácter, no veo rosas salir en las mejillas de nadie.
Y dónde está el verde veronés. Eso le pasa a otra gente, en la corte de otro país.
Aquí sólo hay sangre y barro.
Supersensible Camille, ¿has cogido muchos folletos? En inglés, claro, así practico.
La iluminación del Ritz me quema los ojos a la salida.
Me iré a una habitación de hotel entonces, con las luces apagadas. Me tumbaré en la cama, para que la ola pase por encima y me cubra del todo.
Mañana hay que tomar el sol.
Pago y continúo el viaje.
Adiós, adiós.
Goya is the best