“Escribe más, no lo estoy leyendo, pero lo voy a leer todo. Si lo puedes imprimir, mucho mejor. Las noches son muy largas y muy solitarias en el exilio”.
Así pues, Nina es pequeñita, tiene la piel suave y blanca, y el pelo blanco platino recogido en una coleta en la nuca. No le he comentado la incidencia en la sala surrealista histérica, que a diferencia del cubismo, todo son obscenidades y pataletas adolescentes. Aquí todos están liados con todos. Los amantes del baño, en la azotea, detrás del proyector, en el bar de la plaza, al sol, en los vestuarios. Estas paredes son el testamento, quiero decir, el testimonio, son cartas de amor, son chivatazos, amenazas, ultimátums, o dejas a tu mujer o me mato, los detalles del miembro viril de un perfecto desconocido del que todo el mundo habla. Qué populares son estas historias, la dejan a una boquiabierta. Mejor no hables, que luego se sabe todo.
-Entonces, ¿vas a venir conmigo a Berlín?
Tiene que llamar a su ex, avisar. Nina se pasa la mañana escribiendo mensajes.
Una vez más me veo en el aeropuerto, con los pies encima de la maleta roja, balanceándome, temblando llena de energía. En París, en Londres, ahora vamos a Berlín. Cinco días solamente.
Me tiemblan las manos, miro los dedos amarillos. Fumo en el café de la plaza, sentada al sol en la hora de la comida. Sorbo el café y fumo y pienso en sentarme en un café en Berlín, en las casas del este, la arquitectura comunista. Mis uñas rotas, mis pies que me llevan a todas partes. Adónde arrastro ahora estas extremidades mías, esta cabeza acabará conmigo, no se toma café en un edificio brutalista, no uses el ascensor, no hay tarta Sacher aquí. Vete a Viena, no nos caes bien.
Es lo mejor para mí, me digo mientras escribo a VV, le pido que venga a recogerme, que deje a su mujer o me mataré arañándome los brazos con un pedrusco y un hierro del Muro de la Vergüenza, para que pille el tétanos y me mate. Quédate conmigo o me mataré en Berlín.
Nina es delgadita, pequeña, no abulta mucho en la sala. Se la comen las multitudes.
¡Si las cabezas de escayola hablaran! La obsesión de X por las japonesas. Me he dado de bruces, me he tropezado con este hombre, que me indica que no llevo maquillaje, como las japonesas. Ergo no soy adulta. Hago otras cosas de adulta, pero no tengo energía para maquillarme. Si pintara una cara encima de la mía, aprovecharía ese impulso para pintar un óleo. Eso es no ser adulta. Hago otras cosas de adulta. X me sigue por la sala contándome detalles. Miro hacia atrás, este hombre pequeñito, “no me maquillo, no sé qué relación tiene esto con su vida privada, que no me interesa, ni esas filosofías, ni he leído ningún libro de los que usted me habla”. Me miro en el espejo y veo una mujer adulta, salta a la vista. Todo lo demás es despersonalización. ¡Si las paredes hablaran! Una mueca escupiendo pasta de dientes después del café del desayuno. Ojos verdes lujuriosos como una lechuga. El maquillaje lo doraría todo, esta luz, hasta las cutículas de las uñas, los pellejitos mordidos y escupidos despreciativamente. Charcos diminutos de sangre entre los dedos. Tampoco merezco una buena manicura. Y estos pies negros llenos de polvo, toda la noche recorriendo el pasillo sin poder dormir. Tampoco merezco una buena mañana. Inmóvil.
Déjeme en paz. Este hombre me sigue como un perrito. Me froto los ojos y me amaso las mejillas para no dormirme, y como no llevo maquillaje, como las nenas japonesas, me hace una radiografía y me abrocho la chaqueta y encorvada, doy vueltas en círculos. Mis taraditos. Hay lugares llenos de tarados, no los quieren en otra parte, aquí corretean. Las ventanas tienen rejas de hierro forjado. Antiguo manicomio con nuevos especímenes. Pienso estas cosas, en el antiguo asilo, y la antigua institución mental, y la facultad de bellas artes, mezclo ancianos dementes con locos dementes con neuróticos y con ninfómanas y con enfermas de histeria.
Sus ojillos me atraviesan la chaqueta y la blusa empapada de sudor en las axilas, noté cómo se aflojaba el sujetador. Me di la vuelta para romper el mal de ojo. ¡Cállate de una vez! Manoteé y di varias vueltas, como espantando un vampiro transformado en niebla verde. Como el humo de los cigarros de VV. ¡Es usted un enfermo!
Corrimos en círculos por la sala. Me precipité por la escaleta de incendios, abajo hasta el sótano, hacia los vestuarios. Abrí la taquilla y me metí dentro. Me acurruqué y me quedé dormida, o me morí. El resto de la jornada consistió en mirarme las manos juntas y formales en el regazo, esquivando las miradas del tarado. No escribí poemas en mi libreta, no miré el móvil. Me mantuve quieta como una escultura, ejemplo de decoro en la sala.
El viaje a Berlín, la asociación con las cabezas húngaras expuestas, los expresionistas alemanes, los judíos exterminados, no hay respeto si nos quitamos la ropa a mordiscos, si me pone contra la pared y me hace separar las piernas de una patada en las botas, como la policía… no hay respeto… Nina quiere recoger unos discos, ropa, unos libros, eran sus estudios para la tesis doctoral. Pero yo no soporto el frío, odio la nieve, el hielo me vuelve irascible, niñata, me vuelvo una furia, me arrancaría las manos, dedo a dedo, no sabes hablar en inglés, ni en alemán, no sabes hablar, no hables.
Me tiemblan los dedos, me pincha el corazón, reconozco que es ansiedad, y fumo, y le envió otro mensaje a VV “Ven a buscarme AHORA”. Pido otro café, tengo que conseguir levantarme y volver al museo, pero estoy petrificada, y el café me hace ganar tiempo. Qué va a ser de mí. Cruzar la plaza, salir a la carretera. No soporto la historia de Alemania, ni su lengua, las cabezas húngaras, que ni serán húngaras, los artistas judíos. En qué año estamos. Qué día es, cuántos años tiene. Cómo se llama. ¿Puede oírme, señorita?
Dejo el café intacto, me tiemblan tanto las manos que no puedo sostener la taza, así que las meto en los bolsillos del chaquetón, me arranco los pellejitos de las uñas. Siento como si fuera a salirme de mi propio esqueleto, convulsiones eléctricas en la mandíbula, por toda la cara, la columna vertebral, como si el alma escapara, como si se me rompieran las costuras, como si reventara, como un monstruo, como un vampiro.